miércoles, 10 de abril de 2013

La última vez de un San Martín - Boca en el Hilario Sánchez


Flash onírico de 90 minutos


Domingo 24 de febrero de 2008. Relato de un sueño, vivencias de hincha. Por primera vez en Primera División de AFA, el Verdinegro recibía al Xeneize en su cancha. En ese día histórico, el equipo de Concepción cayó 2 a 0. Pero las tribunas fueron una fiesta. 

Texto: Pablo Zama
Fotos: Internet 

Se levantó, pero siguió dormido, envuelto en un sueño extraño. Y pensó que la entrada estaba cara. Que San Martín perdió. Que los efímeros momentos de ilusión fueron... nada más que eso. Que se levantó a la nueve de la mañana para estar en la cancha desde antes de las once. Que casi no comió y el cansancio hizo mella varias veces volviéndole pesados los párpados mientras la larga espera se sostenía como un puñal sobre su estirpe de hincha asombrado. Que la esquirla clavada en el medio de las vísceras en el segundo gol de Palermo lo paralizó. Que el taxi para volver no pasaba más y un remisero futbolero, Juan Carlos, con su dial clavado en la radio deportiva se apiadó de la desgracia momentánea y lo llevó a destino, con la cabeza gacha. 

Nada, sin embargo, borrará de las retinas, de ese sueño de hincha, ni de la larga espera, las imágenes que ahora caen a borbotones, como una magia insuperable, mientras camina hacia la plaza de Concepción en una calle atiborrada de hinchas con sentimientos cruzados. Nada extinguirá el fuego sagrado de ese hincha que sintió tocar el cielo con las manos en una tarde inolvidable.

Ese día, que tal vez no volverá a vivir jamás, es lo que le vale como recompensa a su fe ciega en el equipo pobre que pelea como puede contra los embates de las grandes urbes. Soñó que Battaglia pegó a gusto y placer, que Vargas tuvo licencia para comerse vivo a los rivales y que Furchi, un hombre de negro, miró para otro lado.


Apoyando a su humilde San Martín sanjuanino que adoptó en el camino de la niñez a la pubertad, las imágenes son ahora flashes cruzados por los potreros de la adolescencia. Todas las fotos corren efímeras, como la filosofía de su vida, como las locuras que hace por la camiseta que ama. Ahora, mientras no termina de despertarse, la música de la hinchada sigue ahí y los ataques y goles visitantes no interesan. El circo, el momento, la mirada de los jugadores hacia la tribuna en el precalentamiento mientras el enjambre grita y la popular se mueve, son fotos para siempre. El calor no interesó, el hambre pasó a un segundo plano y, apretado en las últimas gradas, presenció un hecho histórico. Un cuento leído por Alejandro Apo en Radio Continental se le viene a la mente. Fue ahí cuando recordó esos ruidos que se atropellaban desde un receptor con voces capitalinas cada vez que jugaba Boca y el Verdinegro peleaba todavía en las categorías de ascenso, y en total anonimato. Supo que Walter Saavedra, ni más ni menos que el relator-poeta de Radio Mitre, llegó hasta su casa y estuvo narrando la lucha entre David y Goliat. Se enteró que el Bocha Uriet, de Cadena 3, sello cordobés en la aglomeración de gritos domingueros que venían desde el fútbol grande, también estuvo en el día de las fugaces imágenes en el Hilario Sánchez Rodríguez. 

Este hincha se apioló, camino a la plaza, de que fue parte de una historia que pocos pueden vivir. Entonces, mientras arma este rompecabezas de imágenes sueltas, desde el asombro y la ignominia por el padecimiento de una derrota -a pesar de que Palermo corre, eternamente, hacia la Platea Oeste para festejar su gol y Walter Saavedra tal vez haya disparado la letra tanguera... "El malevaje extrañado me mira sin comprender"-, en el sueño quiso vaporizarse, desaparecer, despertarse a la rutilla pesada que en exceso mutila la pasión. 


"Que Dios lo bendiga, que sea por lo menos un empate", le había dicho una vecina que no entiende mucho de fútbol, pero que también alteró su cotidianeidad porque llegó el Xeneize a jugar con San Martín. Quizás, el hincha cayó en la cuenta de que -sigue armando el rompecabezas, tardíamente- toda la provincia ahora está con su humilde equipo. Entonces, el frío indescriptible de largas tardes de Nacional B en el 2004, cuando casi se va al descenso, se le viene como lluvia a la mente. Por eso ahora los cánticos cobraron ribetes distintos. El "Verde, mi amor / te sigo a todos lados / todo descontrolado...", gatilla el oído, sube hasta la garganta y es, quizás, una huella profunda, imposible de borrar de tiempos remotos que están presentes cuando se está pariendo la historia en el mismísimo césped que miró en tardes bajo cero o en el insoportable calor de días zondeados, cuando la cancha estaba vacía. Ahora fueron 90 minutos de un placer que no se cuenta con palabras. 


Quizás se levantó un día temprano y no se despertó del todo, tal vez todavía esté soñando. Es probable que el trapo pegado a la Platea Este que reza "no me despierten" advierta su estado onírico. Esa tarde, el campeón de la Libertadores jugaba con su humilde equipo de camiseta verdinegra, los mismos colores que en la adolescencia lo acompañaron en los potreros, cuando quería emular al "Roly" Rodríguez o al "Yiyo" Leal. En el sueño entró a la cancha, subió hasta las últimas gradas de una popular que más tarde tembló sin parar. Dejó la garganta en la tribuna, vio cómo un tal Caranta sacó pelotas imposibles, que un tal Riquelme no pudo imponer demasiado su juego. Soñó que Tonelotto estuvo a punto de concretar, que su equipo jugó de igual de igual en una gramilla que será testigo de su ocurrencia surreal. Pero en la inconsciencia de ese momento, extraño sueño, no pudo dominar un resultado a favor. Y los sueños son así, caprichosos. El hincha miró su camiseta, era verdinegra, era de Primera, esa camiseta había jugado con Boca a estadio lleno, en el mismísimo Hilario Sánchez Rodríguez. Tal vez algún día despierte.

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