jueves, 13 de junio de 2013

Relato del viaje verdinegro a Córdoba


Esa banda inconsolable 
Más de tres mil corazones estallaron en el Estadio Mario Alberto Kempes en el épico triunfo de  San Martín ante el Celeste de Alberdi. Lágrimas de toda la popular visitante. Escenas cinematográficas tras el segundo gol de Penco. Abrazos eternos entre desconocidos. Ilusión renovada de esa banda que no abandona. (No dejés de ver el video especial -acá abajo- que hizo VOY CON VOS).


Texto: Pablo Zama 
Fotos: Edu Puig, Iván Moreno, Pablo Zama y Diario de Cuyo 

Video: idea y producción Pablo Zama, edición Mario García   

Una pareja se deja caer abrazada contra las escalinatas de la popular norte Daniel Alberto Willington del Estadio Mario Alberto Kempes. Los dos lloran,  sonríen, aprietan las camisetas. Al lado, de rastas gruesas y largas, de barba desprolija y cara redonda como una moneda, una especie de rastaman sanjuanino se sienta de golpe en la grada, mira al vacío del cielo gris de Córdoba, mientras le brota a borbotones el agua salada que le recorre toda la cara. Dos pibes de no más de 13 años se abrazan al grito de “¡nos salvamos, nos salvamos!”. Y un treintón camina gritando sin parar alabanzas quién sabe a qué dios y se abraza a todo el que pasa por al lado suyo. Fue otro gol de Sebastián Penco para el 2 a 0 ante Belgrano.
El hombre de la camarita digital que registra todo para la posteridad, pelo entrecano, arrugas alegres, también llora en silencio. Algún día, cuando sus nietos crezcan les contará con imágenes cómo fue esa tarde épica y les explicará por qué a veces los hombres sí lloran. Les dirá probablemente que la pasión es algo que no se puede entender, pero brota como aire caliente en la sangre y recorre el cuerpo volándose por los poros como polen que avisa que hay mariposas en el pecho y primaveras fugaces como la felicidad. Les dirá que la vida se detiene algunos segundos cuando la bocha toca la red, cuando se cruzan imágenes de desconocidos que corren a abrazarse como se abrazaron en Malvinas nuestros pibes cuando la muerte cesó de amenazarlos. Es ese abrazo del padre a sus hijos cuando no hay para comer en la villa y la impotencia hace crujir el alma. Son las lágrimas de las parturientas primerizas que caminan en ese pabellón previo a la sensación más hermosa de sus vidas. Son los gritos de los bebés al primer chirlo del médico cuando llegan a un mundo tan complejo y corrupto, pero a la vez lleno de amor.

A los 39 minutos del segundo tiempo fue terremoto sanjuanino en Córdoba, fueron abrazos que llovieron en las villas, en los hospitales, en las casas de los funcionarios, en los prostíbulos baratos y en el estadio Kempes del corazón del país, en donde más de tres mil verdinegros enloquecieron como si fuera un ascenso. Allí en donde Andrés Alderete, el león de la mitad de la cancha de San Martín, no pudo controlar la emoción cuando terminó el partido, allí en donde Cristian Álvarez giró eufórico hacia la popular visitante cuando Néstor Pitana convirtió en cosa juzgada la diferencia entre sanjuaninos y cordobeses y marcó el final. El puñado de futbolistas le ofrendó la victoria a esos locos que hicieron diez horas en tres colectivos, dos combis y más de treinta autos para cantarles “el Verde es de Primera, de Primera no se va”. Fue la tarde en la que enmudeció el Potro Rodrigo en el más allá en una afonía impensada y le volvió a doler el alma a la Mona Jiménez como cuando era niño y en el frío lacerante y húmedo de las noches de invierno tenía que salir con el trapito a cuidar coches porque no tenía para morfar.
San Martín le amargó la fiesta de clasificación a la Copa Sudamericana a Belgrano, silenció el estadio y empezó a soñar de verdad con el milagro de quedarse en Primera División. Pese a toda esta historia que se escribe también con gargantas gastadas y afónicas, que se rubrica con lágrimas tibias de emoción, hay titulares que no saldrán en los diarios, titulares que no miran jamás a esos anónimos que dan la vida con nobleza por dos colores que siguen desde siempre. Algunos tipos a los que el tiempo les pegó con el látigo del hambre y la desesperación, pero que hoy sonríen en un gol. Quién sabe cuántas historias estallaron en un alarido común este sábado raro, ni cuántos vendieron parte de sus pertenencias para poder acompañar a su equipo en este difícil momento. Será por eso que cuando terminó el partido los jugadores, que cobran decenas de miles de pesos por cumplir con su trabajo, corrieron hasta el arco de Luis Ardente y les agradecieron el esfuerzo.

Viaje de Primera


En uno de los colectivos que sale desde la Catedral veinte minutos después de las dos de la mañana del sábado hay simulacro de gol, un ensayo que después saldrá a la perfección cuando Penco acaricie la pelota que le deje endiablada en el área Emmanuel Mas en el primero de San Martín. Un viaje que hacen hasta los que se quedaron con las ganas de ir. Por calle Mendoza los conductores saludan con bocinazos de aliento a quienes al día siguiente dejarán la garganta en la cancha; en la Plaza 25 de Mayo un hombre mayor aplaude y canta despacio junto a su hija; en un puesto de choris en Caucete hacen señas y gritan voces de apoyo para los viajantes. Desde temprano, en el bondi exhiben una camiseta con el 28 al dorso que donó el “Gurí” Diego García para sortear al llegar a Córdoba.
“Me cambio de casaca”, dice Matías, acostumbrado a viajar acompañando al equipo de Concepción de visitante, mientras se saca la nueva camiseta y se viste orgulloso con una modelo 2007. La madrugada trae recuerdos del primer ascenso a la “A”, el gol de Luis Tonelotto que no para de nacer en las retinas. Enfrente, Fredy se descompone y un amigo le acaricia la espalda para calmarlo. En el medio del bondi cantan hasta tarde los hits verdinegros más conocidos y los no tanto. De pelo largo y remera de La Renga, recuerdos del verano pasado en Santa María de Punilla de la provincia mediterránea, un rockero viajará parado en los más de 500 kilómetros (y también volverá en esa misma condición) sin quejarse: situación obligada por falta de lugar en el bondi, sacrificio encomendado vaya a saber a qué santo.

El arribo al Kempes será a las once de la mañana entre la soberbia de un grupo de policías cordobeses que revisarán como sabuesos híper entrenados las mochilas y bolsillos de los sanjuaninos, tirando en el piso y rompiendo desodorantes, botellas y lapiceras. “No jodan porque no van a entrar al estadio. ¿Está claro? No rompan las pelotas porque no los dejo entrar”, tonada golpeada que es muy difícil de disociar de la que se escucha de costumbre en los humoristas más conocidos del país, pero con tono imperativo y rictus duro, un jefe policial marca la cancha en el estadio olímpico.  

Hay choris para todos afuera del Kempes. Los pibes compran comida que venden, probablemente, hinchas de equipos contrarios al Celeste de Alberdi. Cuando algunos vuelven hacia los colectivos a buscar las camperas, porque de repente el cielo de la casa adoptiva de los ilustres sanjuaninos Rony Vargas y Mario Pereyra (propietarios de Cadena 3, la radio que hace furor en el interior argentino) se vuelve gris, se dan cuenta que uno de los policías que los vigila tiene un tatuaje de la Gloria (Instituto de Córdoba) y otro tiene un llavero con los colores de Talleres. Están del lado de los forasteros.   
El ingreso a la popular arranca recién pasadas las dos de la tarde, cuando ya llegaron decenas de autos particulares y remises desde San Juan, más el resto de los colectivos y las combis. Ahora la requisa es más liviana. Adentro juegan los planteles de reserva. Un gol del equipo conducido por Marcelo Vivas enciende la tarde que se va poblando de verdinegros y poco a poco se colmará de celestes en el imponente escenario que recibió a Lio Messi con la Selección en setiembre del año pasado. “Vamos, vamos los pibes…” es el cantito que despide de la cancha a las promesas de Concepción que vencieron 1 a 0 en una tarde cubierta de expectativa.  

A las cuatro sale a la cancha San Martín y la premonición de fiesta del Pueblo Viejo con batacazo en Córdoba se huele en el aire mientras los papelitos vuelan y quedan suspendidos junto a los aplausos y los gritos eufóricos de la hinchada. En un partido que los fanáticos vivieron como una guerra sublimada detrás de un balón, los alaridos fueron de desahogo en los goles, las lágrimas de emoción y las sonrisas, que elevaron las comisuras de los labios para arquear hacia arriba bocas que quedaron petrificadas en esa posición por algunos días, marcaron la esperanza de la salvación. Es el amor que no cesa de latir y saltar en el pecho aunque el momento crítico mantenga en estado de vilo a los corazones verdinegros. Es toda una provincia la que está, como en una novela existencialista, en el rasgo tirano de la espera: todos buscan una explicación sobre el dolor que se les cuela entre las vísceras, sufrimiento y nervios que ni Sartre les podrá definir con alguna certeza válida. Pero ellos están ahí como en la pintura de Antonio Berni (“Desocupados”, 1934), mendigos esperando el milagro.


En la tarde en que las nubes gordas y grises del junio cordobés no taparon el sol ardiente de los sanjuaninos, la pareja que se dejó caer abrazada y feliz sobre las escalinatas de la popular Daniel Alberto Willington en el segundo gol, probablemente se casará un domingo en el que juegue San Martín. El rastaman que lloraba sentado en las gradas algún día tal vez se pondrá traje, se cortará el pelo y se irá a laburar a la oficina de una Multinacional. Y el hombre de pelo entrecano de la camarita, si en la vejez lo visita la presbicia abandonará el hábito de las imágenes y, ayudado por algún bastón de madera rígida, caminará hasta la radio para escuchar, como en el cuento de Liliana Heker: “La música de los domingos”. El destino dirá qué será de cada uno. Quién sabe tampoco adónde los bajará el colectivo de la vida. Pero hay algo seguro: siempre llevarán grabada a fuego esa tarde inolvidable. Recordarán los goles de un tal Penco en un estadio que lleva el nombre de uno de los delanteros con más garra de la historia argentina, escenas que siguen rebotando en las retinas, aturdidas por un atolladero de cánticos que se colaron antes de ese anochecer frío del centro del país, en un partido vibrante y hasta sin lógica, que fácilmente podría ser narrado como una ficción en el más allá por la verborragia y la pluma exquisita de un apasionado como el Negro Fontanarrosa.  

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